miércoles, 17 de diciembre de 2008

QUIVICAN


De allí fuimos a parar a una prisión en La Habana llamada Quivicán, en la que estuve años atrás.
Quivicán marcaría mi vida para siempre y es algo que no creo que pudiera olvidar fácil.
Llegamos a la hora del almuerzo, éramos 13 reclusos, incluyendo a Oscar.
Los guardias del Orden Interior, dijeron que nos llevarían directo al comedor y así lo hicieron.
Con bultos y todo, fuímos en camino al comedor, acompañados por un guardia.
Estando en la fila del comedor, reconocí a Pupé, el gordo con el que compartía en el Morro.
Me salí un poco de la fila para saludarlo y de pronto veo que su cara cambia y me grita:
-¡Cuidado!
Cuando me viré, recibí un golpe en la cara que me tumbaría al suelo. Sentía que la cabeza me daba vueltas. Me habían golpeado con una manguera de agua, rellena de piedras y arena.
Habia sido un guardia.
Reaccioné, me levanté y le fuí arriba al guardia dándole golpes, hasta que le quité la manguera, le pegué con ella, lo pateé y le di golpes hasta decir no más.
Enseguida llegaron otros guardias y la emprendieron a golpes conmigo. En la bronca no sentía los golpes y lo agarré bien por el cuello dándole más golpes, los cuales hacían que su sangre salpicara. Llegó el jefe de la prisión y sacando una Macarov, disparó dos tiros al aire gritando:
-¡Cojones, no le peguen más que va a matar al teniente! .
Me dijo que lo soltara que no me iba a pasar nada.
Yo me quedé mirándolo como loco y solté al guardia.
El tipo cayó al suelo como un saco de papas y enseguida se abalanzaron a recogerlo y a la vez se
abalanzaron contra mí, dándome planos de machete y todo tipo de golpes. Ya los golpes no me dolían y se cansaron de darme golpes entre todos ellos que eran más de cinco.
Me quedé en el piso cubriéndome la cabeza y esperando a que se acabara la fiesta.
Me llevaron arrastrado hasta una celda especial de castigo que le decían "la ocho".
Allí me tiraron hacia adentro y entre otros presos que habia allí, lograron acostarme en una cama. Me dolían todos los huesos, tenía hambre y estaba casi mareado de los golpes.
Allí me dieron agua y me quedé dormido.
Era de noche ya cuando me despertó el ruido de platos en la puerta de la celda.
Estaban repartiendo la comida. Tenía todo el cuerpo molido de los golpes y la debilidad.
Me acerqué a la puerta y pedí un plato de comida, contestándome el guardia:
-¡Son 11 reclusos y yo di para esta celda 11 platos de comida, si te la dejas quitar, ése es tu problema!
Me viré y empecé a contar a los presos. Eramos 11.
Conté los platos que estaban con comida ... eran 11.
Uno de los presos que estaba allí, cuando vio que yo todavía estaba en la cama, agarró dos platos para él.
Se equivocó, pensé yo. Me dirigí hacia él y le dije:
-Mi amigo, parece que ud no me contó y el plato que le sobra es el mío.
Su respuesta fué violenta:
-¡Dale pa la pinga que yo le quito la comida a los maricones!
Me quede frío. Yo no podía creer que esto me estaba sucediendo a mí.
Traté de hacerle entender al tipo de que yo también tenía derecho a comer.
Todo por las buenas. Los que estaban alrededor me miraban con lástima y dos o tres de ellos, me dijeron que compartirían su comida conmigo. ¡Increíble!
Me retiré hacia la ventana de la celda y en camino hacia ella vi un latón, que utilizaban para basura, de esos de aceite de cinco galones. Sin pensarlo, lo agarré y le fuí arriba al hijo de puta ese. El primer latazo le dió en la frente. Agarré el plato de comida, que era un plato hecho de calamina, duro y redondo que parecia un casco de los que usaban los ingleses en la
Primera Guerra Mundial.
Cuando ya estaba noqueado por los platazos, agarré el boniato que tenia la comida y poniéndoselo en la boca, lo golpeaba diciéndole que si tenía hambre yo le daba
mi comida. Estaba tinto en sangre y le había partido la cabeza por 8 lugares diferentes.
Ya estaba desmayado, cuando entró la guarnición y se lo llevaron para la enfermería de la prisión.
Uno de los guardias me dijo:
-¡Si no te tranquilizas, te van a matar en cualquier momento! .
No perdí el tiempo en contestarle. Fuí hasta donde estaba lo que quedaba de comida y empecé a comer tranquilamente sin que nadie me molestara.
Esa noche no dormí bien de pensar que este tipo tendría algún "amigo" allí, aunque no lo creía, ya que nadie salió en su defensa.
Al otro día en el desayuno, se me acerca un negrón que le decían el Chacal, debido a su historial en la prisión que después conocí. El Chacal estaba allí en la 8 por meterle una puñalada a otro preso. Me preguntó de dónde yo salí que había formado tanta escandalera desde que llegué.
Le conte de mí, que veníamos de Auica en Matanzas y lo que me pasó con el guardia al llegar. Todos se echaron a reír y me preguntaban si yo no conocía al guardia al que le pegué.
Yo les dije que no.
Resulta ser que el famoso guardia era el teniente Montecedín, uno de los "tranqueros” más famosos que tenía la guarnición a nivel de prisiones. Hasta los propios guardias le tenían miedo a Montecedín.
El preso que me quiso quitar la comida era famoso también por el nombre de "Muselina", apodo que tenía por usar y robar nada más que pantalones de este tipo de tela.
Muselina estaba en la celda 8 por cortarle la cara a otro preso y usar "armas blancas" en la prisión, cosa que por supuesto estaba prohibido.Era un tipo temido por muchos, debido a su historial delíctivo, tanto afuera como dentro de la prisión.
En fin, me había "batido" con dos famosos sin saberlo.
Esto era como las películas del Oeste Americano que tanto me gustaban. Era la ley del más fuerte y sin saberlo, ya tenía un nombre en el ambiente de las cárceles.
Un día entró otro preso allí y lo primero que preguntó era si allí estaba el tipo que le habia caído a golpes a Montecedín y a Muselina. Cuando me lo presentaron el tipo me dijo:
-Los presos de afuera estan locos por conocerte.
Montecedín está en el hospital por largo tiempo y Muselina fue llevado a otro hospital por la cabeza rajada.
-La gente dice que tú eres un animalito.
También comentó que desde que se llevaron a Montecedín, los guardias ya no tenian machetes y mangueras. El jefe de la prisión las prohibió por temor a un motín. Los motines eran terror para los guardias y siempre que veían la posibilidad de que hubiera uno, lo evitaban. Casi siempre los motines traían mucha sangre, tanto de un lado como de otro.
El preso, por supuesto, tenía las de perder.
A las dos o tres semanas de estar allí, pude enviar un mensaje a mi familia del lugar donde estaba.
Teresita y mi mamá fueron varias veces, pero me tenían prohibidas las visitas.
Así estuve tres meses, sin saber nada de ellos.
Un santo día me llaman y me dicen que tengo una visita especial.
Las visitas eran cada 45 días, pero para el preso normal. Si te daban una visita fuera de lo normal le llamaban así, visita especial y ese era el caso mío, ya que estaba en una celda de castigo.
Me llevaron para las afueras de la prisión, donde estaba la oficina principal del jefe de la prisión. Al llegar allí, me encontré conque estaba casi mi familia completa. Mi mamá, mi papá y mis dos hermanos mayores.
Teresita y Brenda estaban afuera y las dejaron ahí para que me vieran después.
Desde que entré y comencé a saludar a mi familia, mi hermano Vladimir empezó a regañarme por mi actitud con el Teniente que me pegó, sin ni siguiera preguntarme qué había pasado.
Esto me encabronó y empece a discutir con él diciéndole:
-Yo no sé qué te habrán dicho esta gente, -le dije-, pero tú mejor que nadie sabes que jamás en la vida le he permitido a nadie que me de un golpe y mucho menos a los hijos de putas éstos.
A mis padres no se lo permití, así que si quieres, aprovechen que están aquí y pongan una foto mía bien grande para que la vean todos los guardias de esta prisión. Yo le tengo miedo a los golpes y para evitar que me los den, voy a matar al que me toque.
Se formó tremenda discusión y siempre mis hermanos tratando de defender al teniente y a los guardias.
Mi mamá trató de justificar todo diciendo que yo no estaba bien de la cabeza y que necesitaba un tratamiento siquiátrico.
-¡No jodas más con la locura, Adamina!- le grité a mi madre.
Ella se insultó, ya que sabía que cuando yo le decía Adamina, estaba encabronado.
El jefe de la prisión me preguntó que por qué había golpeado al teniente.
-Muy sencillo, me dió un manguerazo en la cara y debería haberlo matado. ¿Quién es el para darme ese golpe y por qué tenía que aguantarlo?
No sabía qué decirme y menos delante de mi familia.
En fin, prometieron que me darían una visita especial con Teresita y que después me sacarían para dentro de la prisión.
Me dieron la visita y estuve cerca de una hora con Tere y Brenda.
Conversamos y comí comida decente que me trajo.
También me dejaron pasar dos "jabas" con comida, libros y otros accesorios de limpieza, ya que casi no tenía de nada.
Me enteré por Teresita que había sido sancionado a 8 años de privación de libertad.
Me despedí de ellas y casi llorando, entré a la prisión, donde enseguida me llevaron para la barraca No.4. Al llegar allí, me dieron una cama limpia y como el que no estaba limpio era yo, pues fuí directo para el baño. Me di tremendo baño y salí para donde estaba mi cama.
Cual fue la sorpresa que al llegar a mi cama, las "jabas" que me trajo Teresita, desaparecieron.
¿Podrán creer esto?
Le pregunté por ellas a todos los que estaban alrededor y nadie me supo contestar.
La primera vez que estuve preso en el 70, conocí a un viejo al cual le decian "Pico de Oro" por que no tenía paz con nadie. Lo mismo echaba para alante a un guardia que a un preso.
Este viejo estaba allí y me dijo:
-Mire maestro (Fui maestro en Güira 1), el que le cogió la jaba esta allí y le dicen Mantilla.
Mantilla era un jabao fuerte y efectivamente, cuando llegué a donde estaba, allí estaban mis jabas y él las estaba compartiendo con sus "ecobios".
Le dije que esas jabas eran mías y le pregunté por qué las había agarrado.
Salta como una fiera diciendo y gritando que él le quitaba lo que fuera a cualquiera.
Yo no sabía qué hacer. Acababa de salir de una celda de castigo donde estuve más de tres meses y ahora aparecía este comemierda con esas estupideces.
Definitivamente, los problemas en la prisión vienen solos sin que tengas que buscarlos.
Ahí tienen el caso este.
Viré la espalda y me fui hasta mi cama donde me vestí y salí para afuera de la prisión a tratar de "conocer" a alguien.
Me puse de suerte que encontré al salir, al Chacal, el Negrón que había conocido dentro de la celda 8.
Le conté lo que había pasado y me contestó que dejara eso así y que no me metiera con Mantilla, que era un tipo super peligroso.
Estas cosas pasaban a nivel de prisiones. Los "Mantillas" vivían de lo que habían hecho en la
prisión y como en los tiempos del Oeste, presumían de matar o cortar a unos cuantos y con eso ya tenían un "nombrecito" en el ambiente presidiario.
Mantilla tenía un historial delictivo impresionante y según los presos que lo conocían, decían que tenía dos muertos y unos cuantos heridos graves. Eso le daba reputación de guapo dentro de ese ambiente.
Yo nunca fui guapo, pero si aprendí algo desde muchacho y era que yo no le cabía a nadie por la boca.
Le pregunté al Chacal si me podía conseguir un hierro (cuchillo casero) y me dijo que yo estaba loco si me metía con Mantilla.
-Yo no me metí con él. Fue él, el que se metio conmigo. ¿Me das o no el hierro?
Después de mucho rato, quedó en conseguirlo y estuve esperando como una hora a que apareciera.
Llegó y me dió un cuchillo de fabricación presidiaria como de 5 pulgadas.
Lo agarré y fuí para la barraca.
Al llegar y buscarlo, vi que estaba en el baño con unos mariconcitos que lo enjabonaban y le hacían sus travesuras.
Fuí directo para el baño y de la puerta me salió uno de estos mariconzones que me dice:
-¡Si entras, Mantilla te va a descojonar!
Le corté la cara de un lado a lado y empujándolo, me metí dentro del baño. Lo agarré encuero en pelotas y cuando se vino a dar cuenta, ya lo estaba atacando.
Sin dar mucho lujo de detalles, le di 7 puñalazos bien dados. Le tiré a matar, pero el llanto y los brincos evitaron que las puñaladas fueran mortales.
Otro mariconcito trató de ayudarlo y salió con una puñalada y un pinchazo en el culo.
El alboroto fue tremendo. Llegaron los guardias, ya les habian avisado y cuando vieron que era yo, no lo podían creer.
-Me tienes que dar el cuchillo-, me dijo uno de ellos.
-Se lo doy cuando recoja mis pertenencias y afuera de aquí.-le contesté
Diciendo esto, fuí hasta el pasillo de Mantilla, recogí mis cosas y lo que me dio la gana de allí.
Nadie se metió. Nadie dijo ni pio. Nadie quería vérselas con un loco.
Eso es lo que pensaban todos. ¡Este tipo está loco!
La bronca con el teniente a mi llegada a Quivicán me costó 3 años más de prisión. Lo de Muselina costo 6 meses más. La cara cortada, las 7 puñaladas de Mantilla y los otros dos trastazos que le di al otro, me costaron en total 7 años más de prisión.
Esto, unido a los 8 años a que originalmente me habían sancionado sumaba más de 10 años de prisión que se iban acumulando.
Estaba considerado como un individuo peligroso entre los guardias, y más aún entre los presos.
Había presos que habían hecho más que yo, pero nadie había tenido el récord de hacerlo en menos de 4 meses y más a la gente con la que me había fajado.
El teniente Montecedín era temido en todas las prisiones.
Nadie jamás se había atrevido a medirse con él.
Quizás si lo hubiera conocido no me hubiera metido con él pero el destino quiso que cuando yo lo
conocí, no sabía, ni me importaba quién era.
Mantilla y Muselina eran dos presidiarios con tremendo expediente, pero también eran temidos entre la población penal y a nivel de prisiones.
Montecedin estuvo 9 meses en el Hospital Naval. Con los golpes que le di, perdió el oído izquierdo.
Muselina perdió un pedazo de oreja de los golpes y Mantilla perdió un pulmón y quedó impedido de una mano, debido a las cortadas.
En menos de 4 meses, todos en la población penal de Quivicán, que era de más de 1500 presos, se preguntaban de dónde había salido el loco éste que se había fajado con esos tres famosos.
Ya tenía un nombre en Quivicán y ya la gente me temía.
Yo no me consideraba un oso, pero de una cosa podían estar seguros, no le temia a nadie y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa y luchar contra cualquiera que me sacara un pie.
Ingresé de nuevo a la celda 8. La gente al verme se empezaron a reír y a decir que yo estaba loco y a preguntar de qué planeta había salido.
Tanto en la calle, como en la prisión, hablaban de mí, decían lo mismo. Nadie era capaz de
imaginarse las cosas que una persona acorralada, está dispuesta a hacer.
Estuve en la 8 más de dos meses.
Cuando me sacaron fuí directo a parar a la barraca No. 5.
En Quivicán y en todas las prisiones de Cuba, existen escuelas para tratar de educar a los presos. Empecé a trabajar de maestro de secundaria en la escuela.
Ser maestro tenía sus ventajas, ya que tenían privilegios que no eran más que un poco más de comida, ver television un poco mas de minutos, y estar fuera del ambiente de la prisión.
Todos los maestros eran personas con un poco más de nivel escolar y por lo menos los temas a tratar eran diferentes.
Una vez en una clase, se me coló un teniente medio bruto que estaba decidido a querer aprender algo.
Yo era maestro de matemática y este loco no sabía ni donde estaba parado.
Según una prueba que le hice, no tenía ni cuarto grado, pero él decía que tenía "2do. Año de
Secundaria."
Realicé un examen de nivel y el teniente fué el único que suspendió.
Se encabronó conmigo y dijo que yo la tenia cogida con él. Yo le contesté que yo no tenía la culpa de que el fuera tan bruto y que el diploma que tenía se lo había ganado en una piñata.
Me llamó a su oficina el jefe de reeducación para preguntar qué había pasado con el teniente y yo le conté todo. El jefe se reía hasta más no poder y me dijo que no me preocupara, que ya el teniente no iba más a la clase. Efectivamente, no fue más

No hay comentarios.:

Publicar un comentario