Era una época difícil en Cuba, ya que surgían grupos de hippies por dondequiera y en la Víbora también tuvimos uno: Los Happy Boys.
Nos reuníamos a bailar y a cantar y a hacer cosas como todos los jóvenes del mundo, pero la persecución era mucha. Te prohibían tener el pelo largo, vestir a la moda y te inculcaban lo que tenías que pensar.
Nos reuníamos a bailar y a cantar y a hacer cosas como todos los jóvenes del mundo, pero la persecución era mucha. Te prohibían tener el pelo largo, vestir a la moda y te inculcaban lo que tenías que pensar.
Del año 1966 al 69 yo calculo que habré caído preso por estas cosas más de 60 veces. La policía te paraba y te llevaba preso para la estación más cercana solo por tener el pelo largo, por tener un disco americano, un pantalón apretado, en fin, por cualquier cosa eras arrestado.
En una ocasión de las tantas, mi hermano Vladimir, utilizando sus influencias, me sacó de una estación de policía a donde fui a parar por tener el pelo largo. Me dijeron que solo saldría si me pelaba. Estas son las cosas con las que tuvo que luchar la juventud de mi época. No me quise pelar en la estación y a la fuerza me agarraron entre 4 ó 5 policías y con tijeras me cortaron el pelo, que parecía un loco acabado de salir de Mazorra. Cuando Vladimir me sacó y me estaban devolviendo mis pertenencias, un oficial me dijo:
-Deberías agradecer lo que te hicimos, pues te ves mejor.
No me gustó la ironía y le fui arriba a golpes empeorando la situación que ya tenía.
Le rompí de un piñazo la cara junto a sus espejuelos y se formó la gorda.
Al calmarse todo, mi hermano me dijo que si seguía así me dejaba allí.
Yo le respondí que, después de todo, me alegraba y debería dejarme allí, pues de ese día en adelante el guardia que me pidiera un carnet de identificación, le iba a partir la cara.
Y así fue. Cada vez que me paraban en la calle por cualquier motivo, le iba arriba al guardia a piñazos y si podía me escapaba, si no… para la estación otra vez.
Tuve varias causas por escándalo público y en varias ocasiones pasé 2 ó 3 días preso.
Ya me estaba acostumbrando a eso. Me conocían en casi todas las estaciones de policía de La Habana.
Siempre que andábamos en grupos de amigos, al salir de alguna fiesta, salíamos caminando y llegábamos a alguna esquina donde nos separábamos, pero siempre nos quedábamos un rato conversando en esa esquina. Eso para los comunistas era un problema. En varias ocasiones se paraba un carro con algún policía o alguien de Seguridad del Estado y te decían que iban a dar media vuelta y que cuando regresaran, no podíamos estar allí. Esas cosas me insultaban de tal forma que el deseo de matar a cualquier comemierda de esos era cada día más grande.
En la época de Machado existia una ley impuesta donde le prohibian a mas de cuatro personas estar en alguna esquina. Eso era inaudito.
Si te agarraban, te metian preso y te acusaban de conspirar.
Todos los amigos me decían:
-Vámonos ya, nos vemos mañana que la cosa está mala.
Yo no acababa de entender eso y fui rebelde siempre.
Un día de tantos nos paró un tipo de Seguridad en una de las esquinas y se puso un poco imperfecto con nosotros.
-Van varios días que los veo aquí a la misma hora y no pueden estar aquí.- nos dijo.
Yo ese día estaba para reventar y le contesté:
-Debe de existir un motivo para que no podamos estar aquí. ¿Cuál es?
-Muy sencillo, aquí mando yo y si les digo que se tienen que ir, lo tienen que hacer. Fue la respuesta del tipo.
-Pues puedes dar las vueltas que quieras que no me voy a ir a ningún lado. No estamos cometiendo ningún delito y esto es un país libre y me paro donde me de la gana.- le grité.
-¿Tú te crees muy guapo?...-empezó a decir y haciendo ademán de sacar la pistolita como para intimidar, cosa que hacían casi todos.
No lo dejé terminar. Lo estaba cazando y cuando menos se lo imaginaba, le propiné una buena patada en los huevos que casi lo dejo sin respirar. Con la misma, le fui arriba dándole golpes y le quité la pistolita. Lo dejamos tirado en el piso y nos llevamos el carro del oficial y su pistola.
Eso en Cuba era tremenda candela. Mis amigos no querían salir conmigo. Decían que yo era muy violento y que siempre estaba buscando líos y me pusieron el nombre de “Animal”.
Yo no buscaba problemas, lo único que me cansé de tanto abuso y fui después un poco independiente con los amigos. Ellos eran testigos de que yo no tiré la primera piedra, pero como casi todos los cubanos, tenían el alma de corderos y se doblegaban ante cualquier comemierda que tuviera un carnet de policía o del DSE (Departamento de Seguridad del Estado)
En una ocasión de las tantas, mi hermano Vladimir, utilizando sus influencias, me sacó de una estación de policía a donde fui a parar por tener el pelo largo. Me dijeron que solo saldría si me pelaba. Estas son las cosas con las que tuvo que luchar la juventud de mi época. No me quise pelar en la estación y a la fuerza me agarraron entre 4 ó 5 policías y con tijeras me cortaron el pelo, que parecía un loco acabado de salir de Mazorra. Cuando Vladimir me sacó y me estaban devolviendo mis pertenencias, un oficial me dijo:
-Deberías agradecer lo que te hicimos, pues te ves mejor.
No me gustó la ironía y le fui arriba a golpes empeorando la situación que ya tenía.
Le rompí de un piñazo la cara junto a sus espejuelos y se formó la gorda.
Al calmarse todo, mi hermano me dijo que si seguía así me dejaba allí.
Yo le respondí que, después de todo, me alegraba y debería dejarme allí, pues de ese día en adelante el guardia que me pidiera un carnet de identificación, le iba a partir la cara.
Y así fue. Cada vez que me paraban en la calle por cualquier motivo, le iba arriba al guardia a piñazos y si podía me escapaba, si no… para la estación otra vez.
Tuve varias causas por escándalo público y en varias ocasiones pasé 2 ó 3 días preso.
Ya me estaba acostumbrando a eso. Me conocían en casi todas las estaciones de policía de La Habana.
Siempre que andábamos en grupos de amigos, al salir de alguna fiesta, salíamos caminando y llegábamos a alguna esquina donde nos separábamos, pero siempre nos quedábamos un rato conversando en esa esquina. Eso para los comunistas era un problema. En varias ocasiones se paraba un carro con algún policía o alguien de Seguridad del Estado y te decían que iban a dar media vuelta y que cuando regresaran, no podíamos estar allí. Esas cosas me insultaban de tal forma que el deseo de matar a cualquier comemierda de esos era cada día más grande.
En la época de Machado existia una ley impuesta donde le prohibian a mas de cuatro personas estar en alguna esquina. Eso era inaudito.
Si te agarraban, te metian preso y te acusaban de conspirar.
Todos los amigos me decían:
-Vámonos ya, nos vemos mañana que la cosa está mala.
Yo no acababa de entender eso y fui rebelde siempre.
Un día de tantos nos paró un tipo de Seguridad en una de las esquinas y se puso un poco imperfecto con nosotros.
-Van varios días que los veo aquí a la misma hora y no pueden estar aquí.- nos dijo.
Yo ese día estaba para reventar y le contesté:
-Debe de existir un motivo para que no podamos estar aquí. ¿Cuál es?
-Muy sencillo, aquí mando yo y si les digo que se tienen que ir, lo tienen que hacer. Fue la respuesta del tipo.
-Pues puedes dar las vueltas que quieras que no me voy a ir a ningún lado. No estamos cometiendo ningún delito y esto es un país libre y me paro donde me de la gana.- le grité.
-¿Tú te crees muy guapo?...-empezó a decir y haciendo ademán de sacar la pistolita como para intimidar, cosa que hacían casi todos.
No lo dejé terminar. Lo estaba cazando y cuando menos se lo imaginaba, le propiné una buena patada en los huevos que casi lo dejo sin respirar. Con la misma, le fui arriba dándole golpes y le quité la pistolita. Lo dejamos tirado en el piso y nos llevamos el carro del oficial y su pistola.
Eso en Cuba era tremenda candela. Mis amigos no querían salir conmigo. Decían que yo era muy violento y que siempre estaba buscando líos y me pusieron el nombre de “Animal”.
Yo no buscaba problemas, lo único que me cansé de tanto abuso y fui después un poco independiente con los amigos. Ellos eran testigos de que yo no tiré la primera piedra, pero como casi todos los cubanos, tenían el alma de corderos y se doblegaban ante cualquier comemierda que tuviera un carnet de policía o del DSE (Departamento de Seguridad del Estado)
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