miércoles, 17 de diciembre de 2008

EL ENCUENTRO

Pensando que estaba deprimido, me preguntaron si quería estar en la misma celda con Guillermo y Rómulo.
Yo les conteste que sí.
Se creían de verdad que yo estaba como sedado o deprimido por los días en Mazorra.
Me recibieron como si no hubiera pasado nada. Yo hice lo mismo. Quería ver qué estaba pasando y más después de la bronca entre nosotros.
Allí me enteré por ellos de todo lo relacionado con sus arrestos y lo que habían dicho o no.
Le reproché a Rómulo el no haber confiado en mí en la confrontación y me dijo que después que lo hizo, se arrepintió y por otro lado dijo que tenía la presión de su padre que fue expedicionario del Granma. Cuando menos me lo esperaba empezaron a hacerme preguntas sobre las armas.
Era tanta la preguntadera que me di cuenta que todo estaba planificado al llevarme allí.
Les repetí lo mismo que les dije a los oficiales y de ahí no salí.
Pasaban los días y todos estabamos preocupados de porqué nos seguían dejando allí, hasta un día en que me acordé de algo y le pregunté a Guillermo el porqué no había chivateado al amigo que tenía la guitarra.
Su respuesta me hizo explotar:
-¡Porque no me acordé!-, me respondió.
No aguanté más y le empecé a dar galletas y trompones.
Rómulo se metió a defenderlo y terminé enredado a trompones con Rómulo, mientras Guillermo lloraba en el piso.
Llegaron los guardias, nos separaron y me llevaron para otra celda donde estaría solo.
Al otro día se llevaron a Rómulo y a Guillermo para el Morro.
Yo me quedé en el DTI varios días más. Los días pasaban y nada pasaba. No me llamaban para
interrogarme y nada pasaba conmigo.
Un día se apareció uno de los que me arrestaron en mi casa y le pregunté que hasta cuando me iban a tener allí, si ya sabían todo lo que querían saber.
Me contestó que hasta que aparecieran las armas y ahí empezamos a discutir de palabra y a ofendernos mutuamente.
Me empezaron a hacer la vida imposible. Me apagaban las luces, me corrían los horarios de las comidas, me ponían grabaciones previas de la estación de Radio Reloj, para trocarme en los horarios y en fin, llegué a perder el control de todo lo que me rodeaba.
No sabía si era día o noche. Me despertaban a la hora que les daba la gana y ya era insoportable la situación en la que estaba.
Decidí luchar a muerte contra ellos y cada vez que oía voces o venían a darme comida, los ofendía y les decía cosas para provocarlos. Los días pasaron, hasta que un día, uno de los guardias no quiso aguantar las cosas que les decía y entró en la celda para fajarse conmigo. Nos dimos unos cuantos golpes, pero parece que ésa fue la gota que colmó la copa.
Al otro día en la mañana, me sacaron de allí con destino a la prisión del Morro.

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