Despues del disgusto del ICAIC empecé a trabajar en los talleres del DESA que antes mencioné, pero estaba rabioso conmigo mismo por lo que había pasado.
Hacía rato que no robaba y volví a las andadas.
Yo vivía bien en esa etapa. No me faltaba dinero, era feliz con mi matrimonio y mi hija, tenía carro y moto para moverme. En fin, ¿Qué más necesitaba?
Lo único que añoraba era abandonar el país, lo más rápido posible, ya que no quería que Brenda se criara en Cuba . Todavia estaba joven y con ánimo para luchar por un porvenir mejor en los Estados Unidos.
Cuando empecé a trabajar en ese taller del DESA y estando en los primeros días, llega a Cuba el Primer Ministro de Alemania: Eric Honeken o algo así.
El Gobierno convoca a todos los organismos a que fueran a la avenida de Rancho Boyeros a esperar al tipo. Esto también era muy popular en Cuba . Cada vez que venía un comemierda de estos a Cuba , movilizaban al pueblo para que "recibiera" al comemierda de turno.
Pregunté si ese día no había trabajo y me dijeron que no, que había que ir a la concentración para esperar al alemán.
Yo por supuesto, no fuí a ninguna concentración y fuí para el taller, ya que no quería quedar mal. Hablé con el portero y entré a marcar mi tarjeta. Estuve una hora en el taller y al rato me fui para mi casa.
Al otro día, me llama el administrador y me pregunta qué había pasado que no habia venido.
-Yo sí vine. Los que no vinieron fueron ustedes-, y le enseñé mi tarjeta de entrada y salida.
-Bueno, no habia trabajo aquí, pero había que ir a la concentración a recibir al Ministro Honeken.-me contestó.
-Eso será para Ud que lo conoce, pero yo no conozco a ese señor y no tengo porqué ir a recibir a nadie. Si ud busca en mi expediente, verá que a mi me pagan como electricista, no por recibidor de nadie.
Desde ese día me miraban en el taller como una cosa rara. Nadie entendía el porqué yo era de esa forma. Si toda Cuba hubiera sido de esa forma, tendríamos un país libre; pero como pueblo de corderos y monigotes, hacían lo que les ordenaban.
En ese taller había dos ex-presos políticos que trataban de aconsejarme y yo les decía que esa era mi forma de ser y nadie me la cambiaría. Ellos tampoco entendían eso, aunque de verdad que tampoco iban a ninguna pachanga de las que organizaba el gobierno.
Cada día me convencía más de que había Fidel Castro para rato, mientras existieran tantos corderos en Cuba y por supuesto, cada día que pasaba, me convencía que allí lo que había era que irse para el carajo y dejarle el país a esta gente.
¿Luchar para quién? Para los mismos oportunistas que al primer grito se cagaban.
No valía la pena.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
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